Pues mira, esto empezó en un viaje de esos que no olvidas. Un Interraíl por Europa, pero con parada especial en Estambul. No sé qué tiene esa ciudad, tío, que te vuela la cabeza. Mezcla de culturas, olores, colores, gatos por todos lados... y nosotros dos ahí, flipando, con una libreta llena de ideas medio locas.

Una noche, después de perdernos por el Gran Bazar (y de tomarnos un té que nos dejó espabilados hasta las tantas), nos pusimos a hablar de montar algo nuestro. Una tienda, sí, pero no cualquier tienda: una tienda con camisetas que tuvieran rollo, con alma, con algo que la gente viera y dijera: “¡Ey, esto tiene rollo propio!”

Y claro, toda marca necesita su “algo”. Su personaje, su esencia. Y ahí, entre risas y dibujos mal hechos en una servilleta, nació Buski. Era una mezcla entre un perro callejero simpático, listo como él solo, y con más estilo que muchos influencers. Porque en Estambul hay perros así, libres, nobles, con cara de “yo ya lo he visto todo”.

Nos miramos y dijimos: “Tío, este es el espíritu que buscamos”. Y ahí quedó. Busky no es solo una mascota. Es nuestro colega, nuestro símbolo. El que nos recuerda de dónde venimos: de la calle, del viaje, de las ganas de hacer algo distinto.

Desde entonces, va con nosotros en cada diseño. Es el que da el visto bueno, el que te guiña el ojo desde cada camiseta. Porque Buski no es solo un logo, es una historia que empezó con dos amigos y una idea a miles de kilómetros de casa.